Felipe, 27, Santiago de Chile
Siempre he sentido que soy un romántico tradicional. Jamás se me había pasado por la cabeza ser poliamoroso o tener una relación abierta, hasta ahora.
En el verano tuve una relación muy divertida con un compañero de trabajo (Roberto) y las cosas terminaron por situaciones súper puntuales: él todavía no definía su identidad y orientación ante el resto y eso lo entorpecía todo. En palabras anticuadas: todavía no salía del clóset, y al estar en esa posición, tomaba muy malas decisiones conmigo, haciéndome pasar malos ratos. Pero no olvido lo que se sentía despertar a su lado, ver series y películas toda la mañana, pedir una hamburguesa con papas fritas y reventarme de la risa al escuchar sus bromas, sin contar el sexo maravilloso.
Roberto es distinto a todos los hombres que he querido antes porque es más sencillo, un poco desordenado, más callado, pero tiene muy buen sentido del humor. Separarnos fue difícil, pero no había otra opción. De hecho, terminamos casi para el día de los enamorados. Porque él no se sentía cómodo de tomarme la mano frente al resto o de quererme bien. Y yo sentí que merecía algo mejor. Que eso lo había vivido en la adolescencia, cuando uno se tiene que esconder, pero ya no están los tiempos para eso.
Entré en la profundidad de la incertidumbre y la pena que viene después de que terminas una relación, cuando aparecen esas preguntas como ¿y si tal vez lo hubiéramos intentado de otra forma? ¿Me equivoqué al cortar con esto o no? y me cuestioné si había tenido o no paciencia. Y en medio de toda esa mierda apareció José. No quiero describirlo con mucho detalle, pero fue un flechazo instantáneo y desde entonces no nos separamos. Él, con mucho amor y paciencia, me pegó en pedacitos, respetó mis espacios y me trata como nadie en el mundo.
Durante todo este tiempo, o al menos los primeros meses, Roberto asumió que le gustaban los hombres ante su familia y sus amigos. A varios les confesó lo que sentía por mí y por un rato me mandó flores y cartas. Pero yo ya estaba con José y soltarlo era algo que no iba a hacer.
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Dejé que las cosas decantaran un rato y con el paso del tiempo volví a hablar con Roberto. Es difícil no hacerlo porque igual trabajamos en el mismo edificio (aunque el universo se encargó de que no nos topáramos por meses) Pero me sigue escribiendo mensajes, como si fuéramos amigos, y yo lo amo la verdad. Me preocupo por él, por su salud, porque quiero que le vaya bien en el trabajo y lo asciendan pronto.
También amo a José. Mucho. Muchísimo.
Y con el paso de los días, siento este amor por los dos y quisiera abrazarlos y repartirme entre ambos. Roberto no lo aceptaría, porque apenas puede lidiar con el hecho de que es gay, y José es un hombre más anticuado, y creo que no me compartiría con nadie. No lo he planteado, pero uno sabe sobre qué arena se mueve.
Mientras tanto estoy escribiendo esto desde el baño del edificio donde trabajo con Roberto, con la cabeza dándome vueltas, esperando una señal. ¿Será que no quiero perder ni pan, ni pedazo? ¿Es un capricho mío o el poliamor existe y funciona? S.O.S: Necesito ayuda.