Suena simple pero a veces justamente eso es lo más complicado.

Las siguientes líneas pueden ser una estupidez de la que no puedo hacerme cargo. Quiero escribir algo de lo que no estoy seguro de saber hacer bien.

Me parece necesario poner los puntos sobre el arte de hablar en simple. ¿Qué es hablar en simple? La cualidad de poder explicar algo de una manera clara en un interlocutor.

Lo simple tiene que ver con lo accesible.

Lo plantearé con las siguientes preguntas. ¿Mis palabras son lo suficientemente accesibles para mi interlocutor? ¿Estoy transmitiendo los mismos significantes en las palabras que yo estoy diciendo? ¿Me estoy haciendo cargo de las brechas de edad, ideológicas o culturales a la hora de plantear una idea novedosa?

Si mi interlocutor entiende mis palabras, entenderá que estamos empleando un código análogo (puede tratarse del español chileno estándar, de una lengua originaria, de alemán o acaso de chino). Pero nada más. En cambio, si mi interlocutor y yo estamos atribuyendo las mismas palabras a las mismas ideas o a los mismos elementos, entonces, estará certificado que estamos usando los mismos significantes. Y lo que comprendamos sobre lo que estemos hablando será algo más o menos parecido.

Esa es la importancia de la simpleza: asegurarle al otro el entendimiento de un tema o de una disciplina, de modo de que quien explica y quien entienda compartan conceptos semejantes.

Eso no está mediado por el factor tiempo. Explicar en simple muchas veces implica tomarse mucho tiempo y eso puede cansar. Lo simple está determinado por los tiempos del otro: está determinado por cuánto tiempo demore en entender una idea, siempre y cuando no deserte de comprenderla.

Por eso, la gente prefiere asociar simpleza a brevedad. Pero no.

Supongamos que tenemos tres conceptos, la brevedad, la simpleza y la novedad, y que solo podemos elegir dos entre ellos. Algo breve y nuevo no será simple. Algo nuevo y simple no será breve. Y, ténganlo claro, algo breve y simple nunca será algo nuevo.

Me di esta vuelta larga para establecer una acusación en contra de las diatribas de cartel: intentan decir en breve algo que es nuevo, pero que no es simple. Creen que buscando una síntesis provocadora van a provocar la comprensión del otro. Pero muchas veces, solo logran provocar pasmo, acaso escándalo. Y entre el pasmo, hacen que el público termine actuando a la defensiva o simplemente no quiera prestar atención a la denuncia que se busca transmitir.

“Libertad al mapuche por luchar”, “terrorismo de Estado”, “muerte al macho”. En todos estos casos, hay al menos un significante cuya diferente comprensión interfiere con un principio básico de la comunicación: que ambas partes tengan claro de qué se está hablando. En consecuencia, no se puede culpabilizar al otro de no saber usar las palabras correctamente.

¿Qué entiende una persona con estudios incompletos de la lucha mapuche? Cuanto mucho, se imaginará la Guerra de Arauco o lo asociará con La Frontera. Eventualmente, considerará la lucha como algo distante, como ocurrido en la Colonia. No en tiempos actuales, donde la tierra tiene propiedad y títulos de dominio que la certifiquen. Difícilmente, esa persona tendrá claro los conceptos de recuperación o de propiedad comunitaria de la tierra ancestral que permiten contextualizar una palabra tan sintética y poco exhaustiva como lucha.

¿Qué comprenderá una persona que solo tiene acceso a la información de un noticiero cuando le hablan del terrorismo de Estado?

Posiblemente, esa persona hará la asociación de que el terrorismo es algo que hacen Osama bin Laden o las FARC en contra de un Estado y, por lo tanto, la obligación del Estado es defenderse de tales amenazas. Entonces, esa persona terminará creyendo que terrorismo y Estado son términos incompatibles y contradictorios. O quizá suponga que terrorismo es una palabra demasiado exagerada para un Estado que (se supone) debe protegernos.

¿Qué pensará la gente que usa el término macho como un término análogo al género masculino, entendido como un conjunto de atributos encarnados por una persona determinada? ¿Qué pensará una persona que considera el ser hombre como un conjunto de atributos? ¿Qué pensará una persona que no tiene en su cabeza establecida una separación entre el cuerpo de hombre cis y las cosas que ese hombre cis puede hacer? A lo mejor, ni siquiera sabe lo que es ser hombre cis y tendrá la cabeza para entender que macho está siendo usado en un cartel como un adjetivo y no como un sustantivo.

La diatriba de cartel no puede quedarse en la pura provocación sin pensar en cómo permean esas palabras en los demás. ¿Cuál es el objetivo de plasmar una denuncia, entonces? Si no hay comprensión (del otro), no hay denuncia (una enunciación con el fin de lograr un cambio), sino solamente indignación (una actitud de molestia).

No pueden los problemas terminarse en el punto de la indignación.

¿Dónde está el valor de lo político? ¿En qué parte ubicamos la cualidad de llevar los procesos de cambio para una comunidad? Debe haber un trabajo más sofisticado de volcar las ideas nuevas a algo simple, sin pensar en que perdemos tiempo al explicar. Debe haber un trabajo solidario con las personas menos entendidas en los temas que buscamos insertar.

Es fácil hacer algo breve y simple. Pero no es nuevo. Nos enseñaron a que lo breve sea una máxima de vida, puesto que hay que economizar esfuerzos. Aprendimos que lo simple nos ahorra esfuerzos mentales. Pero si nos quedamos entre lo breve y lo simple, siempre estaremos viviendo en torno a los parámetros más arraigados en la cultura, algo que puede ser muy conservador.

No puede la política quedar en manos de élites intelectuales que solamente se aplauden el ingenio de la provocación, sin pensar en los resultados de la provocación. No podemos permitir que esas élites celebren se complazcan entre sí al mostrar sus nuevos descubrimientos en la frontera de la indignación; que publiquen papers para hablar de cuán discriminados se sienten, de cuán víctimas se sienten o de cuán discriminados o víctimas se sienten otros.

Está mal que hagan teorías puertas adentro y que planteen sus conclusiones sin contarles a los otros por qué están protestando. Está mal que dejen afuera a quien debe entender qué hay detrás del mapuche que lucha, del terrorismo de Estado o del macho que debe morir.

Hacer política es hacer que el otro te entienda.