Con el conflicto en Afganistán, los cibernautas del  mundo han subido imágenes de burkas a sus redes sociales clasificándolas como símbolos de opresión e incluso algunas manifestantes las han quemado en señal de protesta. Este tipo de activismo podría resultar islamofóbico y discriminatorio hacia las mujeres que lo utilizan por opción propia y que, para ellas, tiene un significado trascendental. Hablamos con una experta en Derechos Humanos al respecto y esto fue lo que nos dijo.

“El patriarcado islámico no empezó con los talibanes, sino con Mahoma” y “El feminismo islámico es un oxímoron”, son algunos de los carteles que sostenían mujeres en una manifestación en Barcelona en contra del control de los talibanes en Afganistán. Con esto querían establecer que el feminismo y el islam son conceptos contrarios. Durante la misma jornada algunas manifestantes incluso quemaron una burka en señal de protesta por las prohibiciones que viven las niñas y mujeres afganas hoy.

Si bien hay musulmanes que afirman que la obligatoriedad de un velo que cubra la cara y el cuerpo de las mujeres no aparece escrito en el Corán, lo cierto es que forma parte del bagaje cultural islámico desde sus inicios. Y hoy, con el regreso de los talibanes al poder y el mandato del uso de esta prenda, las imágenes de velos y burkas aparecieron en los Instagram occidentales como un símbolo de opresión hacia niñas y mujeres. Sin embargo, lo que en occidente codificamos como símil de un castigo, para algunas seguidoras del islam, tiene significados sagrados y más profundos.

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En Afganistán la religión predominante es el islam que, según un informe del Centro de Investigación Pew, para 2015 tenía 1.8 billones de seguidores y seguidoras en el mundo, posicionándose como la segunda religión con más creyentes. Y para finales de siglo, el think tank estadounidense proyecta que podrían superar en cifras al número de personas cristianas.

Muchas mujeres dentro del mismo mundo muslmán tienen acceso a la educación, a la administración de sus negocios y de sus vidas. Otras también son figuras públicas que llevan sus cabezas cubiertas, como Malala, por ejemplo. Todo estaría sujeto al contexto.

Lidia Casas, directora del Centro de DD.HH de la Facultad de Derecho UDP asegura que en algunas partes donde se practica el islam la utilización de la burka, el hijab o el niqab es opcional. E incluso señala que para muchas mujeres podría ser importante y necesario usarlo dentro de sus propias creencias religiosas.  

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El tema hoy es que con el regreso de los talibanes al poder, cubrirse el rostro no será opcional. “Podríamos decir que el contexto la impone, y en uno como hoy es obligatorio y una violación al derecho de las mujeres a decidir si quieren o no taparse el rostro”, explica. 

Es por esto que las imágenes de burkas y velos que llenan las redes sociales clasificándolas como símbolo de opresión, pueden ser discriminatorias hacia las mujeres que lo utilizan por opción propia. “Tiene que ver con nuestro entendimiento de culturas no occidentales. Las redes sociales tienen análisis simplistas y binarios de las situaciones y no logran problematizar los contextos en virtud de los cuales una mujer decide o no utilizar el velo”, enfatiza Casas. 

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Sin dejar de mirar lo que ya sabemos: “La vuelta de los talibanes significa nuevamente negar a las mujeres la posibilidad de desarrollar su vida, quedando subordinadas a las interpretaciones del Corán que hacen las autoridades político-religiosas y es muy preocupante”, dice la experta, que señala que, por lo mismo, es urgente incorporar el género como una categoría válida para buscar refugio antes que modificar los tratados actuales. 

Para Lidia Casas es importante aclarar que durante la ocupación norteamericana no es que estuvieran “mejor” que ahora. Tenían más derechos, “pero eso no significa que las mujeres no hayan estado ni estén en una desventaja estructural”, refuta. 

Islamofobia 

En un mundo donde proliferan los discursos de odio y de extrema derecha, el buscar asilo se dificultaría para mujeres musulmanas y no musulmanas pero de origen árabe. “Las jóvenes de algunos países árabes sienten que han sido tomadas como sujetos extraños, cuyas religiones son consideradas como inferiores”, explica. 

A modo de ejemplo recuerda la promulgación de una Ley que prohíbe ocultar el rostro en el espacio público en Francia, por lo que indirectamente el Estado negaba la utilización del velo integral de las practicantes del islam. “Estas situaciones hacen que esas familias revivan la sensación de siempre estar subyugadas y sometidas por los elementos culturales religiosos del Occidente”, enfatiza. 

Lidia comenta que lo mismo sucedió una instancia en que mujeres musulmanas en el país utilizaron un traje de baño que cubría ciertas partes de su cuerpo en Canadá. La utilización de esta indumentaria causó tanto revuelo que incluso algunas autoridades debatían si prohibirlo o no.  “¿Por qué debería prohibirse la forma en que una mujer entre al mar? ¿Acaso eso no significa también privarla del ejercicio de sus creencias religiosas?”, cuestiona la experta, “Hay ciertos análisis que oprimen en un sentido distinto a esas mujeres porque les imponemos también nuestras propias cargas valóricas, en este caso la islamofobia”. 

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Aquí también entra en juego el factor de la predominancia discriminatoria hacia ciertas poblaciones del mundo por sobre otras. En el caso de las personas de los países árabes, Casas señala que por la construcción cultural occidental de los seguidores del islam, “los vemos como un mayor riesgo y con mayores posibilidades de tener, por ejemplo, conductas terroristas”. Frente a esto estima que los países más desarrollados podrían temer la posible llegada de refugiados a sus territorios, “por el eventual ingreso de personas ligadas al talibán”.

¿Qué hacemos ahora?

Con las debilidades del accionar de organismos internacionales y la restricción de Derechos Humanos de niñas y mujeres parece no haber muchas opciones para impedir que las afganas continúen siendo vulneradas desde su Estado. Sin embargo, Casas asegura que aún queda una instancia para dialogar. 

“Lo más probable es que el Secretario Nacional de Naciones Unidas, junto a Michelle Bachelet como directora de ONU Mujeres, hagan conversaciones directas con los talibanes tratando de obtener acuerdos respecto del respeto a la población civil”, indica. Para ello primero tendrían que reconocer el territorio que dominaron, “lo que es una situación muy compleja”.