Nicanor Parra y la historia de su relación a todo volumen con el pop

Hermano de Violeta y Roberto. Tío de Ángel. Padre de Colombina y abuelo de Tololo. Nicanor vivió rodeado de música- desde punk a cueca- y sus últimos días los pasó cantando “Guantanamera”.

Por Juan Carlos Ramírez-Figueroa.

Sin Nicanor no hay Violeta, dicen que escribió la mismísima Violeta Parra en su carta de despedida, antes de suicidarse en 1967. Los que la han leído, la describen como brutal y donde habla mal de todos, menos de su hermano mayor.

Aunque él asegure Yo inventé a la Violeta, lo cierto es que su hermana ya estaba sumergida en la música, el arte y la recuperación de piezas que no de ser por ella se pierden en el campo chileno. Pero volvamos a la versión de Nicanor. Él la recuerda que la encontró tocando guitarra, cuando la familia ya estaba instalada en Estación Central y le dijo, con ojo clínico, que hacía folclor radial, folclor comercial. Le aconsejó que fuera a investigar al campo a ver cómo lo hacían las cantoras campesinas. Y pasó lo que pasó, dice orgulloso.

De todas formas, la anécdota, recogida en el libro “La vida de un poeta” (Ediciones B, 2014), es una muestra contundente del interés -y la influencia- de Nicanor Parra en la música popular. Él, es definido por sus cercanos como un melómano, capaz de escuchar durante meses un mismo disco, bailarlo y aprenderse las letras de memoria.


De Sex Pistols a Madonna

Cristóbal “Tololo” Ugarte, recuerda a su abuelo manejando de Santiago a Las Cruces, escuchando la radio. De esos viajes nació su obsesión por Abba -compartida por Roberto Parra, quien cantaba “Chiquitita”– o su interés por “Angie” de los Rolling Stones, a quien siempre ha preferido por encima de los Beatles.

Le interesa muchísimo el punk, especialmente los Sex Pistols, dice Matías Rivas, director de publicaciones de la UDP su casa editorial. Es que su formación musical puede entenderse como un correlato de la literaria. Si en poesía podía mezclar el existencialismo y humor oscuro de Shakespeare con la cultura y habla popular chilena, en música no tenía problema de pasar por la clasica, la cueca o el punk rock, agrega.

También le interesa Madonna, hay una vieja foto de principios de los noventa donde contempla un poster intrigado y un artefacto donde aparece el famoso beso con Britney Spears.

Tololo dice que le interesó mucho cómo la reina del pop conmocionó a la opinión publica con su libro “Sex” (1992).


Bob Dylan

Bob Dylan durante sus visitas a Chile ha tratado de contactarlo. Parra no ha podido -o querido- y ha debido excusarse. Tienen como amigo en común a Allen Ginsberg y es altamente probable que éste le haya pasado una copia de “Antipoems” (1960) en la edición de City Lights, editorial/librería de Lawrence Ferlinghetti que el cantante frecuentaba.

El antipoeta lo admira.

En la película “Retrato de un antipoeta” (2009) analiza la veloz canción “Tombstone Blues” del disco “Highway 61 Revisited” (1966). Dice que estaba revisando libros en Amsterdam cuando la escucha. Pucha, dije yo.¿Qué canción es esa? ¡Que maravilla más grande!… La letra la recuerdo. Tombstone blues es más que triste que las recachas, dice.

Considerando la altísima discreción con que Dylan se maneja y su conexión con Chile (cantó en un homenaje a Salvador Allende en Nueva York 1974 y luego conversó sobre Víctor Jara con su viuda, Joan Turner), el encuentro de estos dos señores rurales –Parra, de San Fabián de Alico y Dylan de Duluth, Minessotta– el encuentro habría sido épico.

Patti Smith también ha llegado -algo tarde- a Parra, gracias a Bolaño más que a Dylan, pero éste tampoco ha querido encontrarse con ella.


El rock chileno

Los Chancho en Piedra inauguraron una fructífera relación de Parra con el rock chileno de la era noventera. Ellos volvieron funk rock “Sinfonía de Cuna”, el texto inaugural de “Poemas y Antipoemas” (1954). Lalo Ibeas recuerda que gracias a Colombina Parra (hija de Nicanor, lider del grupo los Ex), obtuvo la aprobación para esa versión. Aunque esta no es su primera incursión en el pop: ya había trabajado con Congreso en 1992 para el disco “Pichanga: profecías a falta de ecuaciones”. Un disco de fusión encargado por la Unicef, que gira en torno a los derechos del niño.

Un disco que le gustó mucho fue el Caída Libre de los Ex. Además de escuchar a su hija tocar la guitarra eléctrica, bautizó su otro proyecto Besos con Lengua (él bautizo así a la banda de Colombina, Juanita Parra y Ximena Cubillos). También alucinaba con todo lo que sacaban Los Tres, a quienes conoció por la relación de su cantante con su hermano Roberto.

Hace poco, Rivas le mostró Bloque Depresivo, el proyecto de Álvaro Henriquez con “El Macha”. Al primero lo recordaba perfecto: Ese se las sabe todas, le dijo al editor. Sobre el segundo dijo no conocerlo pero dijo que Ese tiene nombre de bravo. Rivas dice que Parra entiende perfectamente a los músicos, si vienen a su casa los va a atender bien. Incluso participó en especiales de la MTV de los ´90 cuando vivía en La Reina con Colombina. También lo he encontrado escuchando música electrónica y sonidos rarísimos. Parra cacha todo.


Tangos y cuecas

A Parra le gusta escuchar en su casa cueca apianada y de la brava. Todo el día. Al punto que algunos cercanos prefieren irse a otras piezas. ¡A este no le gusta la cueca! acusa Parra mientras tararea o zapatea. De hecho el mismo antipoeta tiene al menos una decena de letras de canciones, destacando “El chuico y la damajuana”, “La cueca de los poetas” y “Cueca larga”, musicalizadas por Violeta o “La vieja verde” que trabajó Ángel Parra. En el último tiempo le dio por el tango, especialmente Gardel. Pero también le gusta hacer un test, preguntando sobre Los maestros italianos. Siempre me pregunta cuales son esos 3, como haciéndome una prueba y yo le respondo: Corelli, Vivaldi y Albinioni, dice riendo su nieto Tololo (que el 2017 editó un disco titulado “Perdida total”, el cual su abuelo calificó de post-retro)


Juan Carlos Ramírez-Figueroa es periodista de cultura, autor del libro Crash! Boom! Bang! y editor del sitio de literatura Luchalibro. Este texto fue publicado originalmente por el autor en la revista mexicana La Gualdra el año 2014, cuando se celebraron los 100 años de vida de Nicanor Parra.

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