En un país donde según el Censo 2017 un 84,9% de los hogares monoparentales chilenos están a cargo de mujeres, son miles las madres que se ocupan de sus familias sin una red de apoyo, ni ayuda económica de los padres de sus hijos. Al mismo tiempo que intentan criar sin ayuda, sus hijos e hijas crecen con la figura de papá ausente física y simbólicamente, o como se conoce popularmente: con un papito corazón.
En Chile, son más de 600 mil las mujeres que son jefas de hogar en una familia monoparental, es decir, un hogar donde ellas mantienen solas a sus hijos. De todos los hogares de este tipo en el país, sólo un 15% del total corresponden a familias lideradas por hombres.
Cuando este dato se cruza con las cifras de deudores de pensiones alimenticias, la realidad es mucho más preocupante: Según datos del Poder Judicial, “el 84% de los deudores en causas de alimentos no paga la pensión fijada por el tribunal”, es decir, más de 70 mil niños, niñas y adolescentes no reciben ningún peso de uno de sus progenitores. En la mayoría de los casos, de sus papás.
La fijación del monto de pensión alimenticia, señala la ley, “debe especificar las circunstancias consideradas para determinar la capacidad económica del demandado y las necesidades del demandante”. Ese monto se expresa en Unidades Tributarias Mensuales (UTM) -cuyo valor en la actualidad es de $53.476 Pesos Chilenos- y el mínimo se determina a partir del 40% del ingreso mínimo, es decir, $134.800 pesos.
Si la pensión le corresponde a más de un hijo, el porcentaje baja al 30%. Por Ley, el monto fijado por concepto de alimentos no puede superar el 50% de los ingresos totales del demandado y debe cancelarse en una cuenta bancaria creada específicamente para el depósito de este dinero, hasta que el o los hijos cumplan 21 años de edad, o hasta los 28 si es que estos siguen estudiando su primera carrera.
Pero no pagar la pensión es un fenómeno en nuestro país. Y es tan común en los hogares chilenos, que aquellos hombres que no visitan ni le pagan pensión a sus hijos, tienen un nombre popular: papitos corazón. De hecho, un caso conocido por todos y que recibió este apodo en Twitter mientras hacía campaña, es el del ex candidato Franco Parisi, quien según T13, mantiene una deuda de pensión de alimentos que supera los 207 millones de pesos.
Mucho se habla de la realidad de aquellas mujeres que crían solas pero, ¿cómo es para los hijos crecer con un padre ausente y negligente? Aquí las reflexiones de las hijas de un papito corazón.
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El papá de Constanza (20) siempre fue una figura fantasmagórica. Recién cuando ella tenía 17 años él entró a su vida, pero también salió con la misma rapidez. Nunca vivieron juntos y aunque él seguía aportándole económicamente de manera regular, “habían meses en los que no me hablaba y por lo tanto, tampoco nos veíamos”, cuenta la hoy joven universitaria.
Hace dos años su progenitor desapareció de la faz de la Tierra sin dejar rastro. Abandonó la ciudad donde ambos vivían (Osorno) y hasta hoy Constanza no sabe nada de su paradero. Días después de marcharse, él la llamó por teléfono para decirle que estaba bien y que “necesitaba tiempo para sí mismo”.
La desesperación por saber qué había pasado con su papá luego de esfumarse, llegó incluso a materializarse en una denuncia por presunta desgracia, causa que sigue abierta y sin novedades. En otra oportunidad él le envió un correo electrónico deseándole feliz cumpleaños y esa fue la última vez que habló con ella, en 2019.
Al mismo tiempo que él desaparecía definitivamente, dejó también de pagar la pensión de alimentos: actualmente mantiene una deuda de 500 mil pesos. Una cifra que sería de 2 millones, pero que se compensó con el trámite de la retención de sus retiros del 10%.
En todos los años que pasaron juntos, ella nunca conoció a su familia paterna. Por alguna razón que aún desconoce, su padre se negó a presentárselos a pesar de que ella siempre quiso saber de ellos, y que ellos supieran de ella. Aún no tiene idea de quiénes son sus abuelos, sus tíos y sus primos. Su mamá, cuenta, es quién ejerció ambos roles a la vez intentando “suplir el vacío” que dejó su padre: “Hasta el día de hoy ella se siente culpable por no haberle exigido más a él”, agrega.
Belén (34, Santiago) tenía 13 años cuando sus papás se separaron. Al año del quiebre, su padre comenzó una nueva relación que complicó las cosas entre él y ella: “ahí fue cuando empezó el abandono. Se encontró a alguien y cuando tuvo que decidir entre su pareja o yo. Pero la eligió a ella”, cuenta.
Él rehizo su vida en La Serena, por lo que las visitas se volvieron cada vez más irregulares por la distancia. Las llamadas por teléfono también eran poco frecuentes, y la pérdida de contacto también se tradujo en el incumplimiento de los pagos de pensión alimenticia.
Aunque ya es adulta e incluso formó su propia familia, Belén todavía espera que el hombre cancele la totalidad de la deuda por alimentos que acumuló desde que ella era adolescente: 33 millones de pesos. Como él se fue a vivir lejos y tanto Belén como su madre perdieron su rastro, ubicarlo era casi imposible y aún con una demanda en tribunales nunca pagó. Incluso, cuenta Belén, la justicia llegó a decretar su reclusión nocturna y la retención de su devolución de impuestos, pero no fue suficiente.
Como después de 17 años todavía existe una deuda pendiente, su padre no puede pedir el cierre de la causa por lo que el monto sigue aumentando. Hasta el día de hoy, él tampoco se ha interesado en hacer ese trámite porque lo obliga a cancelar el total de la deuda. A través de los tres retiros del 10% de las AFP, Belén ha podido saldar mediante la retención de ese dinero sólo una parte de ese saldo.
Según datos del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, se estima que el 46% de las mujeres chilenas no convive con el padre de sus hijos. De esa cifra, un 65% de ellas “no recibe contribuciones en forma de pensión”. Hasta la fecha, el Poder Judicial informa 55.341 ingresos de causas por concepto de alimentos sólo en 2021. El año pasado, las demandas de este tipo llegaron a las 135 mil en todos los Tribunales de Familia del país.
Pero la ausencia física y simbólica tiene consecuencias que no tienen cabida en los tribunales. La psicóloga Andrea Soto, expresa que “cuando un progenitor abandona el núcleo y rompe bruscamente el contacto que ya tenía con un hijo, es posible experimentar sentimientos de insuficiencia o lazos de profunda dependencia con quien se quede con el niño”. Esto, aclara la experta, puede traducirse en muchos casos en “dificultades de establecer relaciones estables en la adultez” e incluso, en mayor vulnerabilidad ante problemas relacionados con la salud mental.
“A pesar de que nunca fuimos tan cercanos, igual dejó un gran vacío y me duele, me decepciona. Yo deseaba que mi papá me quisiera como yo esperaba, y nunca lo hizo” , dice Constanza, quien admite que en muchas ocasiones le hizo saber que se sentía sola y que necesitaba más atención: “Él me decía “sí, ok lo voy a intentar” y al final nunca pasaba nada”.
Cuando era más pequeña, su papá iba y volvía, Constanza dice que “nunca le hizo falta” porque tenía la contención de su familia materna, quienes fueron la red de apoyo de ella y su mamá. Sin embargo, admite que a medida que fue creciendo y se volvió más consciente de sus acciones, el dolor del abandono se hizo más fuerte y la acompaña hasta el día de hoy: Hace poco se enteró que se fue con otra mujer (presuntamente a Punta Arenas, pero no está segura), y que había tenido otra hija. Una vez consiguió hablar con su nueva pareja, pero cuando le pidió que le pasara a su papá al teléfono, le cortó.
En estos momentos, lo único que quiere Constanza de su padre es que pague lo que debe, porque necesita ese dinero para seguir estudiante. También ha intentado hablarle por mail, pero ella dice que “parece que me bloqueó”. Cuando marca a su número, tampoco responde.
Sobre la ilusión de volver a tener un padre presente, Andrea Soto explica que “un padre que no tiene una presencia realmente activa en la crianza y a la par de su pareja, transmite inseguridad en el desarrollo emocional de los hijos”. Ese impacto, dice, puede marcar más aún los efectos negativos que el abandono genera en los niños, “ya que deja abierta una ventana de esperanza”, tal como le pasó a Constanza.
Han pasado más de dos décadas desde que la relación de Belén con su padre nunca fue la misma. Aún con el antecedente de tener un “papito corazón”, logró formar su propia familia y hoy tiene una relación estable con el padre de sus dos hijos. Aunque admite ya no querer tener contacto con su progenitor, todavía carga con el peso del quiebre del lazo padre-hija que tuvo hasta los 13 años: “Esto fue como un abismo que me ha costado años poder superar, porque tengo que vivir con su inexistencia”, añade.