Ante una industria musical que posicionaba el rol de la mujer bajo la imagen sexista de las groupies, un grupo de mujeres influenciadas por artistas el punk y el grunge crearon un movimiento con el objetivo de incentivar cambios en la sociedad, a través de una ideología que reunió ideas de la tercera ola del feminismo y del anticapitalismo.
Corría el domingo 30 de agosto de 1992 y la banda californiana de mujeres punk, L7, se preparaba para subir al escenario del festival Reading en Reino Unido, una instancia en la que más tarde tocarían grupos que también eran de la escena alternativa de la época, tales como Nirvana (quienes cerraron la noche) y Mudhoney.
Pero una serie de inconvenientes técnicos generó problemas de audio durante la presentación del conjunto de “Pretend We’re Dead”, hasta el punto en que los asistentes, enfurecidos, lanzaron barro al grupo de Donita Sparks como una muestra de descontento. Lo que no esperaban, cómo iba a responder.
“¡Cómanse mi tampón usado!”, les gritó, para luego tirar hacia el público aquel elemento, que sacó solo unos segundos antes desde sus shorts. Aquella escena se convirtió en un momento de culto en la historia de la música contemporánea, hasta el punto en que, en sus presentaciones posteriores, la fanaticada empezó a tirarles tampones de paquete a la agrupación como una muestra de apoyo.
Desde la estética transgresora y la poesía contestataria que artistas como Patti Smith, apodada como la “Madrina del punk” plasmaron en la década del 70, hasta la recordada polera verde que Kim Gordon de Sonic Youth lució en algunas de sus conciertos, en la que se leía, en letras grandes, “las mujeres inventaron el punk, no Inglaterra”, la música con guitarras ruidosas, baterías descontroladas y bajos rimbombantes ha sido un motor para las luchas feministas desde el siglo XX hasta la actualidad.
Uno de los movimientos más destacados en esta área es el de las Riot Girrrls, el cual se consolidó en Estados Unidos a principios de los 90, a partir de mujeres organizadas que buscaban plasmar la realidad que vivían en aquel entonces, tanto en un circuito musical en donde la imagen sexista de las groupies se había convertido en un símbolo comercial de las bandas de rock de los 80, tales como Mötley Crüe, como también, en una sociedad en donde se violenta al género femenino sistemáticamente.
“Se dieron cuenta de que en los conciertos nunca había sitio para las mujeres y siempre había mucha violencia”, explicó la autora del libro Riot Grrrl, Mathilde Carton, en una entrevista con France 24, para luego añadir que la industria musical predominante en aquella época las trataba “siempre como un objeto y nunca como un sujeto y ellas querían tomar los instrumentos y subir al escenario”.
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Según explicó la escritora, las aristas principales que reunían a las mujeres del movimiento eran las ideas de la tercera ola del feminismo y el anticapitalismo, mientras que la mayoría de ellas eran jóvenes cercanas a los 20 años que se identificaban con la estética del punk y el grunge. Asimismo, sus canciones buscaban incomodar a la autoridad y la ciudadanía, con el objetivo de incentivar cambios sociales y mostrar la situación que estaban viviendo.
“Muchas tratan de agresiones y de violaciones, una realidad muy concreta, porque en ese entonces el FBI publicó un informe en el que decía que, en 1991, una mujer de cada cuatro iba a ser víctima o había sido víctima de una violación, una proporción enorme”, añadió Carton.
Una de las bandas más icónicas de la escena fue Bikini Kill, la cual estuvo conformada por Kathleen Hanna, Kathi Wilcox, Tobi Vail y Billy Karren, y a la que se le atribuye el inicio del movimiento, debido a que la primera de ellas publicó el Manifiesto Riot Grrrl en 1991, a través de un fanzine homónimo.
“Porque debemos hacernos con los medios de producción para crear nuestros propios significados”, dice una parte del documento, “porque reconocemos las fantasías de la Revolución Instantánea Armamentística Machista como mentiras imprácticas que buscan que soñemos y no que nos convirtamos en aquello que soñamos. Por lo tanto, buscar la revolución cada día de nuestras vidas, visualizando y creando alternativas ante la mierdera forma cristiana y capitalista de hacer las cosas”.
A pesar de que las bandas que fueron o son parte del movimiento nunca se han caracterizado por liderar listas de ventas en la industria, Mathilde Carton es enfática respecto a su influencia:
“Ellas hicieron una revolución, era un movimiento muy radical y no querían tratar con los medios grandes, pero sus ideas se movieron en la cultura popular de Estados Unidos. De la misma manera que Madonna buscó novedades en la escena alternativa, los sellos discográficos, buscando cosas nuevas, se toparon con este movimiento tan salvaje y copiaron el espíritu para trasladarlo a nuevas artistas”.