La nueva actualización del sistema operativo de Apple anunció la incorporación de mujeres con barba a su galería de emojis. Pareciera ser un paso gigante en temas de visibilidad e inclusión para cuerpos que se escapan de la norma, pero lejos de la anécdota, ¿qué significa realmente ser mujer y tener barba? Un grupo de ellas narran aquí su historia. Cuentan cómo se someten al  desprecio de la sociedad y al eterno análisis de una comunidad médica que las patologiza.

¿Se puede vivir tranquila, feliz y peluda? Pienso mientras comienzo a escribir este reportaje y me doy cuenta de que no han pasado ni siete días desde la última vez que me pasé toda una tarde -sí, fueron varias horas-, usando la depiladora eléctrica para deshacerme de mis vellos.  Esa noche, aprovechando el vuelo, agarré pinzas y una rasuradora, y partí mi ritual de depilación facial.

Yo no tengo barba, pero sí pelos gruesos, oscuros y que crecen rápido. Dos veces al mes depilo mis cejas, parte de mi frente, las patillas, el bigote e incluso el mentón. Y lo hago desde hace años. Esto duele, quita tiempo y las soluciones definitivas son carísimas. Se nos repite que las mujeres no tenemos que tener pelos. Que es malo y que es feo.  Y aunque el mercado ha intentado hacer la experiencia de deshacerse del vello más amigable, el proceso sigue siendo hostil.

Me cuestiono si en algún momento, a pesar de haber leído experiencias y textos sobre feminismo, lograré deshacerme de esta presión que siento obligatoria. A continuación historias de mujeres que abrazaron su cuerpo y que resisten. Que no sólo han sido burladas, ridiculizadas y excluidas, sino que también patologizadas por la sociedad y expertos del mundo de la salud. Aquí cuestionan el significado de lo que es ser mujeres a través de una revolución inesperada: la de las barbas femeninas.

LA ENFERMEDAD DE LOS PELOS

La ilustradora mexicana Ana Laura Dino (31,@pinchepeluda), tenía 13 años la primera vez que se rasuró la barba. Estaba ya en la secundaria -educación media en Chile-, cuando su novio de la época le hizo notar que había algo malo en ella: “deberías depilarte la cara porque tienes mucho pelo”, le dijo. Convencida de que había que hacerse cargo del problema que suponían los tímidos vellos que recién se asomaban por su mentón, Ana empezó a eliminarlos con cremas depilatorias, productos que además de ofrecer una solución temporal -ya que no eliminan el pelo de raíz, sólo disuelven lo que está a ras de la piel-, le causaron quemaduras y brotes de granos que empeoraron la situación. Su barba seguía creciendo, y para los 15 años, ya tenía que quitársela a diario en una rutina que le tomaba casi dos horas y que realizaba sagradamente antes de ir al colegio.

“Primero me rasuraba, pero me quedaban como puntitos. De ahí puntito por puntito me iba sacando los pelos con pinzas, y después me apachurraba la piel para que saliera todo de raíz. Quedaba súper inflamada, así que me ponía hielo y después un montón de maquillaje”, cuenta. Este fue un hábito que mantuvo desde los 13 hasta los 28 años, totalmente en secreto. 

Al igual que Ana, la cantante afrochilena Luta Cruz (32, @lutacruz) siempre sintió que su cuerpo era distinto al de sus compañeras. Primero su color de piel y el pelo ensortijado que heredó de su madre brasileña la diferenciaban del resto, después fue una de las primeras niñas en su curso en crecer, y a los 9 años notó que tenía pelos por todos lados. Ahí aparecieron los primeros vellos faciales que empezaron a poblarle los pómulos y las patillas. 

Sin decirle a nadie en su casa, comenzó a afeitarse la cara con prestobarba.  Además, con una pinza que le robaba a su mamá, terminaba por perfeccionar el ritual. Con la aparición del vello, también apareció una depresión fuerte. “Tenía muchos problemas de autoestima, no confiaba en mí y me preguntaba por qué era así, si acaso era lo suficientemente mujer”, recuerda con nostalgia. Para Luta estaban prohibidas las faldas, los vestidos, los petos, las blusas con manga corta y cualquier prenda que expusiera su piel velluda.

Su mamá la llevó a doctores que no les dieron respuesta, fue mal diagnosticada con ovario poliquístico y terminó comprando sesiones de depilación láser que le lastimaban la cara. Recién adulta, obligada por una pareja, Luta volvió a un hospital.

Allí, dice, vivió una experiencia terrible donde se sintió abusada. El doctor estuvo examinando sus genitales por 45 minutos, introduciéndole incómodos aparatos por la vagina e incluso, cuenta con horror, él olió su flujo. Traumatizada por esta experiencia Luta acudió a una endocrinóloga mujer y la experiencia también fue desagradable. “Me atacó con preguntas: ‘¿Por qué has estado así tantos años de tu vida? ¿No te importa tu salud acaso?’, yo le respondí que por eso estaba ahí, que iba por soluciones, no a pelear”, recuerda. 

Por orden médica se hizo varios exámenes para descartar patologías: chequeó sus niveles de insulina, vieron si su tiroides y ovarios funcionaban correctamente y finalmente descubrieron que Luta no tenía ninguna enfermedad. “Este es el momento para que tú decidas si quieres ser trans o no”, le dijo la doctora. Luta quedó totalmente descolocada y contestó: “yo tengo amigos trans, y uno no elige ser trans, no funciona así”, le dijo. 

Sin mirarla a la cara, la doctora le recetó hormonas y la mandó para la casa. Tras meses de tomar altas dosis de espironolactona, un día se miró al espejo y vio cuánto había cambiado. Su imagen no le gustó, por el contrario, se asustó y se sintió distinta, fuera de ella. 

Luta dejó las pastillas con mucho temor a tener reacciones adversas, pero volvió a la cera y otras herramientas de depilación. Dice que lo probó todo. “Yo en el verano usaba tres panties: una blanca, una color nude y arriba una que combinara con mi ropa, para que no se me viera ningún pelo”, cuenta.  Por años no fue a la playa o a la piscina, usaba bufandas y otros accesorios para ocultar su cuello. 

Para la dibujante chilena Desobediencia Visual (27) -@desobedienciavisual-, la experiencia fue parecida. Aunque el crecimiento de su barba fue tardío, -tenía 16 años cuando los primeros vellos brotaron bajo su mentón-, pero sólo bastaron un par de pelos para desatar la incomodidad en ella.

“A los 18 ya como que me di cuenta que tenía una barba completa. Al principio fue súper finito, pero inmediatamente fue una tragedia, no lo podía concebir. En vez de pensar  ‘tengo una corporalidad que es así’ y listo, estaba todo el rato concentrada en que algo grave me estaba pasando, que estaba enferma, que era fea, que estaba creciendo mal”, relata la también tatuadora mientras recuerda el comienzo de un proceso agotador. Su mamá fue quien, alarmada por este crecimiento inusual de vello, la llevó a un especialista sospechando lo peor. 

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Convencida de que lo suyo se trataba de un síntoma de algo grave, partió al sistema de salud pública a realizarse exámenes que pudieran dilucidar el por qué de su barba. Una docena de estudios después, no tuvo diagnóstico. Sus hormonas estaban a niveles normales, ni tampoco habían señales del síndrome de ovario poliquístico y otras afecciones que podrían estar alterando la producción de éstas. 

Médicamente hablando estaba sana, pero aún así le recetaron hormonas para disminuir el crecimiento del vello y le sugirieron hacerse cargo de lo que los doctores consideraban un problema: su barba. Así que a través de la depilación láser intentó eliminarla permanentemente.

Desde chica siempre tuve claro que lo que no quería hacer en mi vida era hormonarme, así que cuando me mandaron a hacerlo me negué. Lo de la depilación láser ni siquiera lo pensé, porque en esa época era algo inaccesible para mí y mi mamá. Y cuando ya podía pagarlo, ya estaba acostumbrada a estar depilándome siempre”, recuerda.

Desde México, Ana cuenta a través de una videollamada que la relación de su barba y la medicina ha sido aún más dramática. Desde sus primeras visitas ginecológicas durante la adolescencia, los doctores siempre deslizaban la idea de que su barba era el síntoma de niveles de testosterona descontrolados o un síndrome de ovario poliquístico. 

Haciendo caso omiso a los comentarios, no fue hasta hace un par de años atrás que el intento de los médicos por patologizarla se volvió un problema que incluso puso en riesgo su salud: “Tengo una enfermedad gastrointestinal crónica que no pudo ser diagnosticada por culpa de la barba”, dice enojada. “Empecé a estar muy enferma del estómago, vomitando hasta necesitar hospitalización. Cuando llegaba al hospital lo primero que me decían era ‘¿ya te diagnosticaron lo de la barba?’ y yo como ‘¿QUÉ?’. Los médicos decidieron quitarme la vesícula para parar los vómitos -tiempo después me enteré que no debían haberlo hecho-, y después de la operación, el cirujano vino a mí para decirme ‘aproveché que ya estabas abierta en el quirófano y revisamos tus ovarios y tu útero, porque por lo de la barba pensamos que no tenías’. 

Esta fue la primera de varias vulneraciones que Ana sufrió en el sistema público de salud mexicano. Los síntomas estomacales no paraban, y cada vez que volvía a caer en urgencias, la pregunta era la misma: “¿Ya sabes por qué tienes la barba? Eso debe ser”. Estuvo un año y medio entrampada en exámenes hormonales y de imagen, y los resultados de todos aquellos estudios relacionados a las más específicas y raras patologías salieron negativos. 

Aún enfocados en el crecimiento de su barba y no en su problema gastrointestinal, el límite de la humillación llegó luego de una consulta interdisciplinaria donde Ana fue tratada tal como las mujeres barbudas del circo: como un fenómeno. 

Lista para ser examinada por enésima vez, la desnudaron en una sala donde sin su consentimiento, la esperaban un puñado de médicos de diversas áreas. Ahí observaron hasta el más mínimo detalle de su cuerpo, buscando en otras zonas vello fuera de lo común, midiendo incluso su clítoris y sus pezones para ver si se ajustaban a la regla.

Expuesta como un bicho raro para el entretenimiento del resto, Ana siguió sin encontrar tratamiento para lo que después descubriría -gracias a su círculo cercano que reunió el dinero suficiente para que ella pudiera tratarse en el sistema privado-, que era una enfermedad crónica que nada tenía que ver con su barba: el síndrome de vómito cíclico, algo muy parecido a una migraña estomacal. 

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Tanto las chilenas Luta Cruz y Desobediencia Visual, como la mexicana Ana Laura Dino, se enfrentaron a la violencia del sistema incluso antes de poder asumir la realidad de sus barbas, las que aún no terminaban de crecer cuando ya estaban siendo vistas por otros como una enfermedad. Pero, ¿cómo debería enfrentarse este tema desde la medicina sin patologizar a los pacientes apenas entran al box de atención?  

Según Paulina Villaseca, ginecóloga y ex docente de endocrinología ginecológica de la Universidad Católica, cuando una mujer consulta preocupada por su vello corporal, lo que es normal o anormal se determina según varios factores. El primero y uno de los más importantes, dice, tiene que ver con la autoestima de la paciente: “Por ejemplo, alguien puede tener un montón de pelo, y no importarle nada. Un doctor puede decirte ‘usted debiera hacer algo’, y tú puedes responderle ‘pero si a mí no me importa quitarlos’. También existen otros casos de mujeres que tienen tres pelos, pero se acomplejan igual. Eso ya se podría considerar como anormal, ya que a la paciente le afecta en su vida diaria, aún cuando uno como médico considere que no hay nada de qué preocuparse. Pero como la cara es la carta de presentación de una persona, los vellos pueden impactar su vida social y como ella se ve a sí misma”, explica la profesional.

Desde el punto de vista médico, eso sí, independiente de la percepción propia del paciente -cuenta Villaseca-, siempre es necesario descartar que el origen del exceso de vello no tenga asociados otros problemas de salud como el síndrome de ovario poliquístico, porque 10 a 15% de las mujeres alrededor del mundo lo sufren. Se revisan  otras patologías a nivel metabólico que necesiten tratamiento. El caso que sea, dice la también académica de CEPIMA (Centro de Excelencia de Biomedicina en Magallanes), “el paciente es libre de decidir qué hacer y qué no, pero es responsabilidad de uno como médico que esa decisión se tome de manera informada”.

MI BARBA Y YO

Recién en 2016 Luta Cruz  empezó a vivir cambios personales importantes que la acercaron a la mujer que es hoy: dejó a su pareja tras cinco años de sentirse invalidada, empezó a cantar en el transporte público y mantenerse de su arte, y decidió entrar a estudiar jazz. También en esa época empezó a leer e informarse sobre el feminismo  y afroactivismo. Primero empezó a emanciparse de los cánones de belleza hegemónicos dejándose los pelos de los brazos, piernas, axilas y abdomen.

Más tarde mantuvo una relación sexoafectiva con un hombre que la alentó a dejarse barba. Sorprendida por la reacción de su pareja, Luta se pensó libre de rituales tortuosos de depilación, se imaginó abrazando esa parte de ella que ocultó por años, pero no, todavía no era el momento.

Este  llegó recién en pandemia, tras escuchar a otra mujer como ella, -afrodescendiente y con barba- hablar de su experiencia en un conversatorio online en junio de 2020. No habían pasado ni 15 minutos desde el fin de la actividad, y Luta mandó un mensaje al grupo de whatsapp de la casa en la que vive que le cambiaría la vida para siempre: “Chiquilles, no me voy a depilar más. Espero que nadie tenga problemas con eso”.

Las semanas pasaron, y mientras su barba crecía libre por primera vez, Luta dejó de reconocerse a sí misma. No por los pelos, sino por la confianza que en tan poco tiempo había agarrado gracias a la decisión que tanto le costó tomar: “Me miraba en el espejo y me reía como diciendo ‘¿Qué onda Luta? Estás loca’, mientras le hacía cariño a mi barba”, cuenta. 

A pesar de su seguridad, llegó un momento en el que sí se cuestionó lo que pasaría con ella ahora que su apariencia era distinta. Como artista, dice, su imagen vende, y esa imagen ya no era la misma con la que inició una carrera años atrás. “¡Ay dios mío! ¿Cómo lo voy a hacer para cantar y mostrar mi rostro sin depilar?”, se preguntó en medio del pánico. 

Pero nada la detuvo. Decidida a ser parte del cambio, Luta subió un video a su instagram cantando a capela, pero a diferencia de todos los que había hecho antes, en este su barba podía apreciarse por primera vez. De inmediato su bandeja de mensajes se llenó de preguntas: “¿Qué hormonas estás tomando para que te crezca la barba tan rápido?¿Por qué estás transicionando?”, fueron algunas de las dudas que amigos, amigas y conocidos le hicieron al ver su nueva imagen, sin entender qué pasaba.

Para despejar toda sospecha, subió otro video con el título MUJERES CON BARBA, contando en un minuto y medio que nada malo le había pasado, que las mujeres como ella existen, y que ya era hora de visibilizarlas. Ese video que hoy acumula más de 440 mil reproducciones en IGTV y casi 2300 comentarios, no sólo le cambió la vida a ella tras volverse viral, sino que a otras mujeres como a Desobediencia Visual, que encontraron el valor de asumir sus barbas gracias a ese testimonio. “Estaba aterrorizada por la sobreexposición, porque no quería que mi barba fuera más grande que mi arte, pero después entendía que era un conjunto y ahí se me abrió otro camino”, reflexiona Luta Cruz.

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Desde los 17 años y por casi una década, la tatuadora Desobediencia Visual se preocupó de depilarse la barba de forma casi sagrada. Su obsesión con el tema era tal que pasaba todo el día tocándose la cara, casi como si pudiera sentir los vellos que se había quitado unas horas antes creciendo de nuevo: “Estaba todo el tiempo nerviosa, si alguien se me acercaba escondía el cuello como una tortuga para que no me miraran, fue un tiempo de incomodidad constante”.

No fue hasta que empezó a relacionarse con su actual pareja -a quien se refiere como “su compa”- que tomó el suficiente vuelo para dejar los tabúes de lado. “Cuando empezamos a tener contacto físico, yo estaba todo el rato pensando en ‘no te me acerques al cuello por favor’. Un día cachó lo incómoda que estaba y me dijo ‘déjame acceder a ese lugar. Yo sé que tienes pelos y me gusta, no creas que por evitarlos yo no me voy a dar cuenta’”, relata con una sonrisa en la cara mientras rememora el momento en que una frase escueta pero potente de su pareja, cambió la percepción que hasta ese día tenía de ella misma.

Hay que hacer las cosas por gusto, no por incomodidad ni por vergüenza”. Cansada de sucumbir ante la presión de depilarse -algo que de hecho no hacía en el resto de su cuerpo, sólo en su barbilla-, Desobediencia Visual se declaró enemiga de la cera y comenzó a considerar por primera vez en su vida el dejarse crecer la barba.

“(Ver a Luta) fue hermoso. Ahí me dije ‘ya, si no lo hago ahora cuándo. ¿Cuánto tiempo más voy a dejar pasar antes de dejarme crecer la barba?”. Hasta el día que ese video se cruzó en su inicio, ella jamás había dejado que su barba creciera en paz. Es más, en el pasado había intentado hacerlo, pero no pasaban ni dos semanas y volvía al tortuoso ritual de afeitarla.

No entiendo cómo estuve tanto tiempo aborreciendo mi propia cuerpa, aún cuando comparto un montón de otros discursos políticos y estoy todo el tiempo dando cara”, explica la tatuadora. Después de 10 años escondiéndose del resto, la desobediente se desobedeció a sí misma y a los cánones que en algún momento se presionó por cumplir.

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El camino de Ana Laura Dino para aceptarse como una mujer con barba también le tomó tiempo. Ya llevaba unos años leyendo sobre feminismo y cuestionando la belleza hegemónica, pero todavía no hallaba a otras como ella que mostraran orgullosas sus rostros velludos. Una noche en un pequeño bar de Ciudad de México, vivió el primero de los hitos de su largo proceso de aceptación personal: sobre el escenario vio en vivo a Odaymara Cuesta, cantante cubana integrante del dúo hip hop feminista queer, Krudas Cubensi, cuya imagen resonó en ella de tal forma que por primera vez en su vida, sintió que ya no estaba sola en esto.

Fue impresionante, porque Odaymara tiene unas tetas enormes y tiene barba. Ahí me inundó la pena y me puse a llorar. En ese momento recién empecé a creer que había una posibilidad de que yo pudiera vivir así de libre, con mi barba visible”, rememora.

El martes 19 de septiembre de 2017, a las 13:14 hrs, y a poco más de 100 kilómetros de Ciudad de México, comenzó uno de los terremotos más devastadores de la historia del país azteca. En el último piso de un edificio de departamentos, Ana Laura Dino sintió el movimiento que sacudió con fuerza la estructura, pero no pensó en evacuar. Es más, antes de pensar siquiera en bajar por las escaleras de emergencia, sólo pudo pensar en que hace días no se afeitaba. 

Los días previos al sismo que dejó 319 fallecidos, la joven había estado encerrada trabajando y por lo mismo, no había tenido el tiempo de afeitarse como lo hacía diariamente. Con una barba de dos días y en estado de shock por el terremoto, antes pensó en su vello facial y se negó a salir así

El miedo a que la gente la viera y dijera cosas de su barba la tuvo hora y media encerrada en el baño de su casa eliminando todo rastro de vello facial. Cuando terminó y pudo dejar su hogar sin miedo a ser juzgada por su apariencia, la ciudad que conocía ya no era la misma: de partida, todos sus vecinos ya habían evacuado. A sólo unos metros de su casa, yacían los escombros de un edificio completamente en ruinas y con ellos, los cuerpos de aquellos que habían sucumbido con él. Entre lágrimas y con una voz temblorosa, Ana recuerda el momento exacto en que dejó su inseguridad atrás de una vez por todas: “Me di cuenta que puse mi vida en riesgo por no estar depilada, y ese mismo día dejé de hacerlo”. 

LA BARBA COMO REVOLUCIÓN

Para la psicóloga feminista Pía Urrutia (@lapsicologafeminista), lo que está detrás de esta construcción normada que tenemos de lo femenino, es la concepción del género y sus expresiones como algo binario. Por ejemplo en el tema del vello, dice, nos guiamos por la idea de que sólo existen dos sexos y dos géneros que son radicalmente distintos, cuando en realidad no es tan así.

Decimos que los hombres son duros, ásperos y peludos, mientras que las mujeres somos cálidas, tiernas y suaves. A través de este pensamiento se nos hace creer tajantemente que sólo existen dos formas de ser, y deberíamos cuestionarnos qué es el ser mujer, qué es ser hombre, y si existen sólo esas dos posibilidades, explica la profesional.

Rompiendo con cánones de belleza, Ana Laura volvió a su barba un accesorio más en sus atuendos diarios: antes de la pandemia -cuando podía salir sin una mascarilla cubriéndola casi por completo-, le gustaba ponerle brillos y teñirla de colores, al mismo que tiempo que la combinaba con un tono de lápiz labial que la hiciera resaltar aún más. 

Y aunque en un principio para su entorno fue difícil asimilar esta nueva imagen, desde el primer minuto dejó claro en su círculo cercano que si querían estar en su vida, tenían que ser empáticos con ella. De esta forma, Ana empezó a vivir todavía con un poco de miedo, pero con mucha más valentía.

Antes de dejarme la barba, encajaba muchísimo más en la sociedad. Hoy todavía vivo violencia por mi apariencia, pero lo que yo sentía de mí misma antes de aceptar mis pelos cambió. Sentir vergüenza de lo que eres, es mucho más violento que cualquier cosa que me puedan decir en la calle”, dice emocionada. Entre risas, y dejando atrás más de 15 años escondida detrás de una rasuradora, ahora Ana Laura Dino hasta bromea con el tema: “mi barba me abrió las puertas para conocer gente más chida. Es como un filtro de gente tarada”.

Aún cuando no ha pasado ni un año desde que empezó a documentar en su instagram el crecimiento de su barba, hasta ahora Desobediencia Visual describe este proceso como “súper amable”. Con un tono esperanzador y en medio de un par de risas explica: “Siempre tuve en mi cabeza la idea de que el dejarme la barba iba a ser nefasto para el mundo. Sentía que la gente no iba a querer hablar de eso, y de repente me encontré con personas dándome consejos por redes sociales de cómo cuidar mis pelos. Me sentí súper bacán porque de verdad no me lo esperaba. A estas alturas incluso encuentro que le puse mucho color a este tema, y por demasiado tiempo”.

El rebelarse ante las exigencias de la hegemonía, explica la psicóloga Pía Urrutia, es un acto enorme de amor propio, que al mismo tiempo, va de la mano con un acto político, que quiere decir algo. “Cuando yo veo a mi compañera dejarse la barba y valido y amo ese acto, se produce algo profundamente bonito y revolucionario”, agrega.

Lo revolucionario está también, según la profesional, en ser amorosas con nosotras mismas al admitir que hacemos algo que hemos aprendido bajo las lógicas patriarcales -como depilarnos-. Finalmente, dice, “rebelarse es también estar consciente de eso, en saber que la decisión final la tomo yo”.