Este viernes en la Cineteca Nacional y por mil pesos dan “Princesita” de Marialy Rivas y acá una nueva lectura de por qué es necesario verla.

Si en “Joven y alocada” (2012), Marialy Rivas demostraba el ácido, dañino e irreconciliable efecto de la religión en la sexualidad. Es ahora en “Princesita” donde interioriza aún más respecto a las resonancias malignas entre cultos modernos, el deseo carnal y esta vez, con el abuso de poder hacia la infancia.

Es un asunto cruel, contado acá con una estilización brutal, seductoramente repulsiva. Tamara (Sara Caballero), tiene doce años y vive en un idílico paraíso austral, junto a ella habita más gente de su edad y un poco más. El feudo húmedo es atendido por Miguel (Marcelo Alonso), un tipo de gestos controlados, mirada cansina y voz susurrante para administrar la rutina y las vidas de todos dentro de su comunidad. Tamara de vuelta de las vacaciones ingresa a la escuela local, su profesora jefe es Nadia (María Gracia Omegna), una docente joven, dulce e intuitiva que no tarda en atender sus sospechas; algo no anda bien en el universo de su alumna.

Algo se cierne sobre Tamara a toda velocidad, algo autoritario y perverso. Algo como Miguel. El gurú la ha seleccionado para ser la madre de un mesías apenas tenga su primera ovulación. Evento agendado con atención por el victimario, el cual está ad portas de embestir el naciente amor entre la elegida y un compañero de curso.

En “Princesita” se habla despacio, en tono menor. Porque lo develado es en calidad de secreto de confesión, y los actos se vuelven abominables al usar algo tan privado, insondable y misterioso como la fe para dominar la voluntad y el cuerpo con fines puramente criminales. Convirtiéndose la carne de Tamara en la conductora de toda la narrativa de aire lírico diseñada a partir del miedo y la vulnerabilidad. Siendo sus magníficas propuestas de diseño sonoro/arte/foto las piezas que forran atinadamente ese postulado.

Mientras en “Joven y Alocada” la protagonista estaba dotada de mayores herramientas para liberarse del yugo de su familia y culto, en la protagonista de “Princesita”, o sea Tamara, esas posibilidades se reducen a cero. Está aislada, apenas tiene doce y sólo la transición de niña a mujer podría liberarla de la locura impuesta por su padre-líder.

Es el desamparo de la niñez, puesta en las garras del machismo místico el gran artefacto oculto en el bosque circundante a la secta. Una carga explosiva que se comunica –guardando todas las proporciones habidas y por haber- con “IT” uno de los grandes blockbusters de 2017. En la obra de Andy Muschietti –argentino de origen-, se detalla con generosa truculencia y fidelidad a su género, de ese abuso de poder y esa ceguera tan atemporal para atender los gritos de ayuda de niños puestos al cuidado de adultos turbios.

Son dos latinos denunciando en una misma dirección y en diferentes géneros y factorías.

Y claro que “Princesita” es cine-denuncia. Sin dudas.

Tamara está expuesta y sólo su directora puede salvarla de la doble moral y del oscurantismo educativo de su patria. Es un cuento de hadas oscuro como reza su tagline, pero también es un relato de horror gótico modernizado y puesto al servicio de la prevención de un depredador sexual. Porque en la tierra de esa cuna maldita y dolorosa mal llamada SENAME, siempre serán escasas las manifestaciones de purificación para generaciones enteras de niños y adolescentes transgredidos en sus derechos elementales.

Rivas así lo entiende. Se necesita advertir el peligro con máxima urgencia. Tamara y todos los demás tienen el tiempo en contra.

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O nuestro primer review a Princesita