Xenofobia, poca tolerancia en todas las comunidades, negación cultural y un mundo dividido entre el machismo y los derechos humanos es lo que hoy no nos deja respirar.
La cuenta @Santiaguista hace una reflexión de lo que estamos viviendo actualmente en nuestra sociedad, donde sólo importa respetar para hablar:
Chocan dos turistas entre el tumulto excitado que camina bajo la torre Eiffel en París. “Sorry”, le dice uno al otro en tonada chilena. “¿Hablas español? Le pregunta el otro. “¡Sí!” contesta este entusiasmado. “¿De dónde sos?” pregunta el primero. “De Chile” contesta el otro. “¡Yo de Argentina!” responde, y se quedan conversando del frío que hace y lo ricos que son los crepes con nutella.
Es curioso como nuestro afán por dividirnos se desmorona estando lejos de casa. Últimamente he escuchando un sin fin de comentarios discriminatorios dirigidos a los inmigrantes latinoamericanos que llegan a nuestro país en busca de mejores oportunidades. Al mismo tiempo, sin embargo, prendo la radio y oigo cómo se concretan los planes de Trump por separar Estados Unidos de Latinoamérica como quien fortifica los muros del leprosario con pánico de contagiarse.
Curioso como los chilenos, muchas veces nos olvidamos que somos parte de ese hermoso leprosario latino. Somos tan “sudacas” como los cubanos que llegan a Miami en balsa, como los haitianos que llegan a Santiago sin saber una palabra de español, o como los argentinos que buscan mayor estabilidad de este lado de la cordillera. No puedo evitar preguntarme si acaso Trump podrá ser exactamente lo que no solo Chile sino toda Latinoamérica, necesita para ponerse los pantalones, dejar sus riñas internas, para por fin darse cuenta que juntos podríamos no necesitar a Trump en absoluto, sino todo lo contrario. El ejemplo está justamente ahí arriba, en los 50 estados que supieron entender que pueden más juntos que separados. No hablo de un sueño bolivariano, sino de una evolución en nuestro pensamiento latinoamericano. “Sudacas no more” es como debiese llamarse este nuevo capítulo en la historia del continente: dejar de mirar al norte y empezar a mirarnos el ombligo: del Río Grande al Cabo de Hornos.
Han sido semanas difíciles de fuego, calor e incertidumbre. No obstante, entre la semi-apocalipsis y los discursos de Trump, no dejó de sonar en mi cabeza la canción de Rolando Alarcón: “Si somos americanos”. Quizás sea hora de revivirla.